Los turrones de Alicante y Xixona


DE TURRÓN, TURRONES Y TURRONEROS
Publicado por Alicante Vivo

De todo lo real e imaginario se ha dicho, y mucho, acerca del turrón. Tradiciones heredadas aparte, ya entonces el Cronista y Dean D. Vicente Bendicho le dedicó ciertas líneas en su “Crónica de la muy ilustre noble y leal ciudad de Alicante”, aclarando aquello de “el turrón que fabricándose sólo de miel y almendras, parecen sus trozos jaspes blancos y se estima en mesa en tiempos de invierno”. Sin embargo, como he de reconocer que en ocasiones produce cierta pereza navegar entre tan distinguidos y añejos documentos, me van a permitir que centre este pequeño artículo en la figura de otro afamado Cronista, en esta ocasión “Oficial” y más cercano en el tiempo, llamado Francisco Figueras Pacheco. Reputado en vida y llorado tras su muerte, nuestro egregio literato dedicó un interesante y divertido volúmen al turrón, “esa golosina destinada a recrear nuestro paladar de Nochebuena a Reyes, día más o menos”.

Ya entonces nos dejó patente “la historia de nuestros célebres turrones, probando de paso que su patria y cuna son Jijiona y Alicante, y su prestigio no data de cuatro días, sino que es ya varias veces centenario”. Ahí quedó claro en lápiz de nuestro polígrafo más universal que el sabroso compañero del pavo alicantino “peina canas tan abundantes y tan blancas como la nieve de Mariola y de la Carrasqueta”. Si cierto es que el turrón ha hecho célebre a nuestra ciudad y provincia, no menos cierto es que “a la sombra de su castillo (Santa Bárbara) vivieron antaño innumerables familias dedicadas a la fabricación casera de nuestra confitura; y siendo puerto de mar, Alicante sirvió de almacén y estación de paso a todos los turroneros que habían de embarcar con su mercancía para llevarla a las principales poblaciones de ambos mundos”.

Figueras siempre aclaró que por mucho que los tiempos avanzaran “que es una barbaridad”, la calidad de nuestra alimentación se reducía inversamente proporcional a la misma velocidad; o dicho de otra forma, que cuando nuestras abuelas tenían la dicha de comer (algo que no ocurría con la frecuencia deseada), lo hacían mucho mejor antes que nosotros ahora. Así, el turrón de Bendicho elaborado sólo con “almendra y miel”, sufrió la merma de lo segundo, ya que “aumentó su demanda en proporción incompatible con la cantidad de miel que fabricaban nuestras abejas (...) Luego advirtieron que el azúcar era mucho más barato que el nectar panalero y, liándose la manta a la cabeza, acabaron por reducir el ingrediente más caro”. ¿Les suena a ustedes de algo?

Manjar ya citado por Lope de Rueda en su obra teatral del Siglo XVI, “Los lacayos ladrones”, tuvo su época de esplendor “con el reinado de Felipe III”. De nuevo aparece en escritos y Crónicas, al son de “se fabrican en esta ciudad dos suertes de fruta de regalo; y se llevan por mar y tierra a infinitas partes hasta Roma y la Corte; y son el turrón (...) y los panes de higo, que fabricándose de almendras e higo, hacen una mixtura, poniéndole el hinojo o anís”

Ahora que no andan lejos las fiestas navideñas y, el que más o el que menos, ya hemos sentido la tentación de paladear tan acaramelado confite, resulta bonito y cuanto menos curioso saber que hubo un tiempo en que en la ciudad “multitud de personas se acopiaban de almendra de nuestro término municipal, traían miel de Biar, Castalla y otros pueblos (menos de Jijona, que la necesitaban para sí) y elaboraban nuestro dulce típico, hallando trabajo lucrativo todo el mundo: hombres, mujeres, viejos y niños. Unos productores vendían seguidamente su producción en las calles y plazas de Alicante; otros, la mandaban a distintas poblaciones; otros, la entregaban a los mercaderes del mar; y otros, por último, se iban con ella para despacharla fuera”.

Todo el libro del gran Francisco Figueras (cuyo título, que imperdonablemente aún no he citado, es “La historia del turrón y primacía de los de Alicante”) es un claro alegato en favor de nuestro bien más preciado. Y si ya sorprendió por su estilo y contenido al gran profesor e historiador D. Emilio Soler Pascual allá por el año 2003, más nos sorprende a nosotros conocer la reacción de Figueras Pacheco, casi de enfado, ante esa versión “ignorante (…) a la que suele echarse mano cuando no se encuentra otro cabo mejor a qué cogerse”, que decía que el turrón tenía su origén en la Ciudad Condal, a raíz de una epidemia de peste en 1703. Y nuestro Cronista, por supuesto, se negaba a que “los turrones de Jijona y Alicante queden reducidos a la condición de continuadores o explotadores de una industria ajena”.

Así, y para terminar, D. Francisco reiteraba la importancia de “Alcoy, Villena, Cocentaina” y, especialmente, Jijona, que era “ya célebre y sigue siéndolo, no sólo por la bondad de su miel y de los turrones que en ella se hacían, sino también porque una de las dos clases tradicionales del turrón, la del blando, se hiciera o no en aquella villa, se conocía en todas partes con su nombre, igual que con el de Alicante, se conocía el turrón duro, ya se fabricara al pie del Benacantil, ya un lado u otro de la Carrasqueta”.

Dicho todo lo cual, y dejando el “famoso” pleito contra Valencia en el que nos prohibían ejercer esta noble actividad turronera sin su previo consentimiento para otra ocasión, deseo disfruten en la medida de lo posible de nuestro turrón, “y no de plagios más o menos felices”, golosina que los grandes artesanos e industriales de la Comarca supieron introducir en nuestros hogares hace ya muchos siglos. Pero muchos de verdad.

Buen provecho.

ASÍ SE HACE:

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